
El vaso roto
Decir que alguna vez contuvo
margaritas y campánulas
Es
ignorar, si no otra cosa,
Su indeleble resplandor que, estrellado
contra el piso,
Yace en añicos, como si acogiera la luz,
De verdes hojas orladas, su resplandor
siempre deshecho,
Su vidriada integridad esparcida en todas
partes;
Espectros,
liberados hablarán
De un florecer más frío donde roto quedó
el frío cristal.
Astillas se desplomaron de la
plenitud al caos
Aun
así retiene cada arista
La nota opalina de la imperfección
Cuyos rayos, aunque en desorden, emitirán
Más de una red de ángulos de luz
Cuando al anochecer apunten hacia intactas
direcciones
Y
tracen en la estancia
Las posibilidades del fuego y su
aceptación.
Las generosas curvas de vidriado
artificio
Dan
fe de su pureza
En unidades lúcidas. Libre de éstas,
Como el amor triunfa sobre la irrelevancia
Y construye armonía en disonancias
Y de algún modo vive entre nosotros roto,
como si
El
tiempo fuera un vaso roto
Y nuestra última alegría asumir que no se
puede remediar.
Las astillas, iridiscente ruina
en el suelo,
Cortan
estructuras en el aire,
Delimitan, ojos o brújulas, un rostro
De matemática fijeza, reflector
Bajo cuyos límites podemos acomodar
Todas las soledades del amor, espacio para
el rostro del amor,
Los
proyectos del amor verdes de hojas,
Los monumentos del amor como lápidas en
nuestras vidas.
Trad. Jeannette
L. Clariond,
para Editorial Pre-textos.