
CARTA
DEL ENAMORADO
(microrrelato)
Hay
novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50
o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes,
señor juez.
Avisos
El
otro día, en el contestador automático de mi teléfono, una voz angustiada había
dejado el siguiente mensaje: “Mamá, soy yo, Cristina, que si puedo cenar hoy en
tu casa, sólo te llamo para eso, para saber si puedo cenar contigo esta noche,
avísame, por favor, no dejes de avisarme estaré toda la tarde aquí, soy
Cristina”.
Evidentemente,
no soy la madre de Cristina, así que se quedó sin cenar la pobre, y yo también,
pues no fui capaz de freír un par de huevos conociendo el drama de esa pobre
chica. Algunas voces anónimas son como microorganismos que te infectan el día,
y no hay Frenadol que las pare.
Al
día siguiente de lo de Cristina llegué a casa, le di a la tecla del contestador
y alguien dijo: “Pedro, que lo de Luis, por fin, era maligno y encima Marisol
se ha roto un brazo. A mamá no le hemos dicho nada todavía porque con las
crisis respiratorias que tiene últimamente no lo soportaría. Nacho, por fin, va
a repetir el COU”. Evidentemente, tampoco soy Pedro, no conozco a Luis ni a
Marisol, y me importa un rábano que Nacho repita el COU, pero me amargó la vida
esa acumulación de desgracias ajenas, qué quieren que les diga. Cuando llevas
dos días seguidos escuchando mensajes de este calibre, el receptáculo donde se
aloja la cinta del contestador empieza a parecerte un nicho ecológico donde se
reproducen microorganismos perjudiciales para la salud emocional, así que
desinfecté la cinta, pero al regresar del trabajo escuche: “Miguel, es la
última vez que me das un plantón porque esta misma tarde me voy a suicidar”.
Tampoco soy Miguel, pero estuve tres días con mala conciencia buscando una
muerte violenta en la sección de sucesos, y así no se puede vivir.
De
manera que hoy, decidido a defenderme, he marcado al azar unos números hasta
dar con un contestador en el que he grabado el siguiente mensaje: “Marta, que
vengas en seguida porque Manolito se ha caído por el hueco de la escalera y
Ricardo se ha tragado una cuchilla de afeitar, pero no me puedo mover de casa
porque no tengo con quién dejar al bebé. Date prisa”. Ha sido un desahogo, la
verdad, me he quedado más ancho que largo. Y pienso subir el tono si la guerra
se prolonga. El que avisa no es traidor.